Me encuentro en presencia de los desastrosos hechos: la milenaria estrategia de la sorpresa, la infiltración, no fue eficaz. La cantidad de bajas en nuestras filas es colosal. Veo los cuerpos de mis compañeros aplastados, destrozados contra las paredes. Hay sangre en los zapatos, en las suelas.
Ellos están mejor preparados esta vez. Y nos estaban esperando.
Sueltan un gas mortal, armas nuevas, tecnología con la que nosotros no contamos. El tóxico ataca nuestro sistema nervioso, flota por todo el ambiente, asfixiándonos, nublando nuestros pensamientos, dejándonos totalmente confundidos.
Inmóvil contra una pared, veo con pavor como uno de los nuestros es literalmente aplastado por la fuerza inmensa de nuestro gigante enemigo. Sólo la desesperación y el hambre me dan el valor para seguir adelante.
Si es necesario, me inmolaré en pos de mi propósito.
Casi no me queda energía. Mi cuerpo esquelético se acerca sigiloso a uno de mis desprevenidos enemigos. No me ve, no me siente. Está alerta, me percibe, está asustado. No más que yo.
Arremeto contra él con una única arma: mi delicado alfiler.
Qué delicia infinita: mi cuerpo se hinchará y se llenará de energía, un mágico fluido de vida. Otra vez fuerte. Nada podrá det...¡Splat!
–¡Ey¡ !Me despertaste!
–Agradeceme, casi te pica un mosquito pero mirá, ¡lo reventé!
Hernán Cuño
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